A veces los libros son ojos de agua donde metemos la mano y sacamos perlas. Acá una.

El maestro zen Ryokan(1758-1831), se dedicó a vivir la vida sin ningún sistema, ninguna ideología, ya sea social o monástica. Despojado de todo tipo de ataduras, sólo seguía el orden cósmico y vivía con gran sencillez. Se dice de él que había superado su condición de monje o religioso para convertirse en un "hombre verdadero". Un día se encontró en su cabaña con un ladrón que no hallaba nada que robar. Alarmado por la presencia del mestro, quiso escapar, y Ryokan lo retuvo diciéndole: "Has hecho un largo camino para visitarme. Por favor, acepta mis ropas como regalo". El ladrón, asombrado, tomó las ropas y huyó. Entonces Ryokan se sentó desnudo a mirar la luna y se dijo: "Pobre compañero, ojalá pudiera darle esta maravillosa luna".

De El Collar del Tigre, de Cristobal Jodorowsky.

Otra perla

"...otros maestros dijeron que incluso era inútil sentarse a meditar, pues la meditación consiste en vivir lo cotidiano como una reflexión continua. El maestro zen Torei escribió: Al andar, practica mientras andas. Al descansar, practica mientras descansas. Al hablar practica mientras hablas. Mantén tu conciencia despierta y tu atención centrada en el Eterno sin tiempo ni espacio: Cuando ames, ¡Ama!, cuando reces, ¡Reza!, pero cuando friegues los platos no te concentres en dios, sino en los platos, me decía también mi niñera aclarando las ollas mientras yo me entretenía admirando los pájaros por la ventana."

Cristobal Jodorowsky en El collar del tigre.

La simpleza nos convierte en principes

Buenos días- dijo el principito.
Buenos días- dijo el mercader.
Era un mercader de píldoras perfeccionadas que aplacan la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.
-¿Por qué vendes eso?- dijo el principito.
-Es una gran economía de tiempo- dijo el mercader. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-Y, ¿Qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
-Se hace lo que se quiere…
“Yo”, se dijo el principito, “si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría suavemente hacia una fuente.

La buena salud

En alguna parada, un enjambre de muchachos invadió el ómnibus. Venían cargados de libros y cuadernos y chirimbolos varios; y no paraban de hablar ni de reír. Hablaban todos a la vez, a los gritos, empujándose, zarandeándose, y se reían de todo y de nada. Un señor increpó a Andrés Bralich, que era uno de los más estrepitosos: -¿Que te pasa, nene? ¿Tenés la enfermedad de la risa? A simple vista se podía comprobar que todos los pasajeros habían sido, ya, sometidos a tratamiento, y estaban completamente curados.

Eduardo Galeano, Las bocas del tiempo.