Mucho tiempo busqué la belleza, desesperado. Y fue arena escurriéndose entre mis dedos, peces traviesos que me desnudaron y dejaron enfrentado con la sinceridad de los huesos, comprendiendo verdades y tomando oscuridad bajo palmeras salvajes mientras me reflejaba en ese marfil propio a la vez que tremendamente ajeno. Y un ojo interior se abría como una flor de calma en ese eclipse, un apagón como preludio de algo más verdadero. Entonces comprendí que la belleza no es para buscarla, es para disfrutarla en cada uno de estos días extraños en que somos seres de carne y hueso, partirla y compartirla como pan con harina de cielo, y horno de creatividad desafiante, como ese lugar caliente que llaman infierno. En este espacio que es bitácora de búsqueda, trato de compartir algo que no es mío, que salgo a buscar cada día, pistas que me han ayudado a perderme para encontrarme y quemar mis papeles para recordar quién soy, y quienes somos, porque todas las pistas han sido compartidas por otros compañeros de camino.